martes, 19 de febrero de 2013

Peregrinaciones Diocesanas con motivo del Año de la Fe



El Año de la Fe bien puede ser un año peregrinante. Peregrinar para un cristiano no es solo “hacer turismo” o “ir de excursión”. Peregrinar implica “salir del lugar donde vivimos, tanto físico como espiritual”... y “caminar despojándonos de la comodidad diaria, para enriquecernos espiritualmente en compañía de otros”.

Están previstas, al menos, 6 Peregrinaciones por Parroquias, Arciprestazgos y Movimientos a la Catedral. Este acercarnos a la “casa madre” de la nuestra Iglesia diocesana tendrá dos momentos muy especiales: La celebración de la Eucaristía, presidida por nuestro Obispo, en la que se hará entrega a los peregrinos el Credo de nuestra fe... donde se recoge la síntesis de la fe que profesamos los católicos desde tiempos de los Apóstoles; y la renovación de las promesas bautismales en la Cripta de San Antolín. Este acto tiene un simbolismo muy especial: renovamos las promesas que por la mayoría de nosotros hicieron nuestros padres y padrinos en el día de nuestra Bautismo... en el lugar donde reside el recuerdo más antiguo de la fe de nuestros antepasados. Un buen momento para entroncarnos en la corriente de todos los que han mantenido a lo largo de los siglos la fe en nuestro pueblo.

domingo, 27 de enero de 2013

Pasión y Muerte del Señor

Por qué murió Jesús en la cruz. Los cristianos estamos acostumbramos a que la vida de Jesús de Nazaret acabase en una muerte violenta. La devoción popular se compadece al ver las imágenes de un Cristo ensangrentado clavado en una cruz, pero pocas veces se pregunta por qué un hombre bueno, que hablaba de Dios y que predicaba el amor al prójimo, acabase abandonado de todos y con una muerte tan ignominiosa que estaba reservada tan sólo para los esclavos o los rebeldes políticos. En esta catequesis vamos a intentar reflexionar sobre los motivos históricos y religiosos que llevaron a Jesús a tener un final tan trágico. 

La pretensión de Jesús. Si Jesús se hubiera conformado con comentar la Palabra de Dios contenida en los libros de lo que llamamos el Antiguo Testamento y explicarla a la gente, se le hubiera considerado un rabino más y no le hubiese pasado nada malo. Pero Jesús se presentó ante el pueblo como la voz misma de Dios, que interpreta con autoridad la ley que Yahveh dio a Moisés, que perdona los pecados, algo que sólo Dios puede hacer, que llama al pueblo a definirse a favor o en contra suya como representante personal del reino de Dios y que se atreve a llamar a Dios “Abbá” (Padre), considerándose Hijo suyo e igual a él. Ahora bien, esta conciencia de sus relaciones con Dios es algo único y extraordinario. Sus pretensiones superaban con mucho las de cualquier rabino o sacerdote del templo de Jerusalén, por lo que lo escuchaban tuvieron que plantearse seriamente la pregunta de quién era realmente Jesús y qué había que hacer con él: aceptar su mensaje o rechazarlo.

domingo, 20 de enero de 2013

“Abba”, el Dios de Jesús

El nombre de Dios. Dios, al salir al encuentro del hombre para hacer una Alianza con él, -la Alianza del Antiguo Testamento-, llamó a Moisés para que librara al pueblo de Israel, esclavizado en Egipto, y reveló su nombre desde la zarza ardiendo, en el monte Horeb. En el libro del Éxodo podemos leer: «Dios dijo a Moisés: “Yo soy el que soy; esto dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envía a vosotros”. Dios añadió: Esto dirás a los hijos de Israel: El Señor, Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahám, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre. Así me llamaréis de generación en generación» (Ex 3, 14-15).

En hebreo, “Yo soy” se escribe sin vocales, con las cuatro letras sagradas “YHWH”, que se pronuncian generalmente “Yahveh” y que se traduce como “Señor”. Era tal la veneración que los israelitas tenían por el nombre de Dios, que, con el paso del tiempo, llegó incluso a prohibirse pronunciar el nombre divino, sustituyéndose por “Adonay”, que también puede traducirse como “el Señor”. Tan sólo el sumo sacerdote pronunciaba una vez al año el nombre divino “Yahveh”, para implorar el perdón de los pecados del pueblo, el día de la Gran Expiación (Yom Kippur). Incluso, todavía hoy, los judíos piadosos no se atreven a pronunciar el nombre divino y en sus escritos religiosos dejan en blanco el espacio donde debería aparecer su nombre. El mandamiento “no tomarás el nombre de Dios en vano” se llevaba así hasta sus últimas consecuencias. 

domingo, 13 de enero de 2013

XIV - El Seguimiento de Jesús

Los discípulos del Señor. Jesús, con su predicación por las ciudades y aldeas de Palestina, invitó a las gentes a aceptar el mensaje del reino de Dios que él predicaba y a convertirse de corazón, de forma que su manera de pensar y de obrar estuviesen de acuerdo con la doctrina que él enseñaba. En definitiva, Jesús quería que los hombres y mujeres que le escuchaban se convirtiesen en discípulos suyos. Estos hombres y mujeres volverían luego a sus casas y a sus trabajos, pero, tras el encuentro con Jesús, algo había cambiado en sus vidas. Se habían hecho seguidores suyos.

De entre estos discípulos del maestro, algunos fueron llamados a un seguimiento más de cerca. Debían de dejarlo todo, su pueblo, su casa, su trabajo y su familia, para acompañarlo por donde él iba predicando. Las exigencias de este seguimiento no eran fáciles. Él mismo se lo advertía, al invitarles a seguirle: “Si alguno se viene conmigo y no postpone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío” (Lc 14-26).

domingo, 6 de enero de 2013

XIII - La Epifanía del Señor

La fiesta de los Reyes Magos. Según una tradición muy antigua, el 6 de Enero es el día en que los niños reciben regalos en sus casas, que la noche anterior han dejado junto a sus zapatos los “Reyes Magos”. Esta hermosa costumbre recuerda el pasaje del Evangelio en el que se nos dice que unos magos de Oriente vieron en el cielo la estrella del Señor, el Rey de los judíos, y se dirigieron hacia el lugar donde les indicaba la estrella para adorarlo.

El texto de la Biblia, que da origen a esta costumbre, dice así: “Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ‘¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo?’.... Encontraron la casa, vieron al niño, con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra” (Mt 2, 1-12).