La fiesta de los Reyes Magos. Según una tradición muy antigua, el 6 de Enero es el
día en que los niños reciben regalos en sus casas, que la noche anterior han
dejado junto a sus zapatos los “Reyes Magos”. Esta hermosa costumbre recuerda
el pasaje del Evangelio en el que se nos dice que unos magos de Oriente vieron
en el cielo la estrella del Señor, el Rey de los judíos, y se dirigieron hacia
el lugar donde les indicaba la estrella para adorarlo.
El texto de la
Biblia, que da origen a esta costumbre, dice así: “Jesús nació en Belén de
Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se
presentaron en Jerusalén preguntando: ‘¿Dónde está el Rey de los judíos que ha
nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo?’....
Encontraron la casa, vieron al niño, con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron;
después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra” (Mt
2, 1-12).
La adoración a Jesús, el Hijo de Dios. El gesto de los magos consistió en ponerse de
rodillas ante niño Jesús, reconocido como el Rey de los judíos. Nosotros
sabemos, tras la resurrección de Jesús de entre los muertos y su gloriosa
ascensión a los cielos, que ese Rey de los judíos es el Hijo de Dios y que por
lo tanto, los magos acertaron al ponerse de rodillas para adorarlo.
En el Nuevo
Testamento son muchos los ejemplos que tenemos de ponerse de rodillas ante
Dios. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra la oración de rodillas
de San Pedro (Hch 9, 40), de San Pablo (Hch 20, 36) y de toda la comunidad
cristiana de la Iglesia primitiva (Hch 21, 5). Igualmente, San Esteban, el
primer mártir cristiano, pide de rodillas a Jesús resucitado: “Señor, no les
tengas en cuenta este pecado” (Hch 7, 60). Pero, quizás, el texto más
importante en el que nos indica la necesidad de practicar este gesto de respeto
y sumisión al Señor resucitado, se encuentra en la carta de San Pablo a los
Filipenses, cuando cita un antiguo himno a Jesucristo diciendo: “Cristo Jesús
se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre, de
modo que, al nombre de Jesús, toda rodilla
se doble, en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 8-11).
La cultura moderna,
sin embargo, marcada por la secularización, no comprende ya el gesto de
arrodillarse. La postura del ser humano es la postura erguida, a diferencia de
los animales. Por eso, hace bien el hombre en no arrodillarse en señal de
humillación ante nada ni ante nadie de este mundo, ya que todos tenemos la
misma dignidad. Sin embargo, todo esto es distinto ante Dios. La adoración, doblando
las rodillas como gesto de sumisión, no disminuye la dignidad del hombre, sino
que indica que reconoce a Dios como Señor del Universo, como Creador del mundo
y del hombre y, sobre todo, como Aquel que ha enviado a su Hijo al mundo para
salvarnos. Esa es la verdad, que el gesto expresa corporalmente. Luego, tras el
gesto de la adoración, ya podremos permanecer en pie, como corresponde a
nuestra dignidad de cristianos, por ser hijos de Dios en Jesucristo.
Así pues, el gesto
de ponerse de rodillas en señal de adoración es un gesto importante en la vida
de la Iglesia. Hoy deberíamos recuperarlo, donde se haya perdido, sobre todo al
pasar delante del sagrario en nuestras iglesias y, sobre todo, en el momento de
la consagración en la misa. Cristo, el Hijo de Dios encarnado, se hace
realmente presente en la Eucaristía y, por lo tanto, también en nuestro tiempo,
deberíamos hacer como los magos que, al entrar en la casa, donde estaba Jesús,
“cayendo de rodillas, lo adoraron”.
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