domingo, 9 de diciembre de 2012

IX - El Anuncio del Reino de Dios

El comienzo de la vida pública de Jesús. Tras su infancia y juventud en la casa de Nazaret, la actividad pública de Jesús comienza con un anuncio: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). El tema del “reino de Dios” impregna toda la predicación de Jesús. Todos sus pensamientos, su enseñanza, su acción y su destino giran en torno a él. Por eso, es imposible decir en pocas palabras lo que significa ese “reino”. En esta catequesis lo que pretendemos es, sencillamente, intentar aproximarnos a lo que es y significa para el hombre de todos los tiempos la proclamación gozosa de Jesús de que el reino de Dios está cerca.

Jesús anuncia a Dios, su Padre. Hablando del reino de Dios, Jesús anuncia simplemente a Dios. Nos dice: Dios es realmente Dios, es decir, tiene en sus manos los hilos del mundo. Jesús, al poner en el centro de su enseñanza la realeza de Dios, puso en claro que Dios debe ser para los hombres el centro de todo. Toda su predicación es el anuncio de quién es Dios, de su obrar y de su ser. El aspecto nuevo del mensaje de Jesús consiste en que él anuncia que Dios actúa precisamente ahora; ésta es la hora en que Dios, de una forma distinta a como lo hacía en el Antiguo Testamento, se nos manifiesta como el verdadero Señor de la historia, como el Dios vivo.

Se ha cumplido el tiempo. En la predicación inaugural en la sinagoga de Nazaret, que nos narra San Lucas (Lc 4, 16-21), Jesús se presenta como el que cura y que salva, quien trae la gracia, la misericordia, la salvación y la alegría de Dios a quienes aceptan su mensaje, especialmente a los humildes y a los pobres, a los oprimidos y a los pecadores. Jesús anuncia la realeza de Dios ligada a su persona y a su obra y llama a los que le escuchan a hacer una elección: la aceptación o el rechazo de su mensaje. En este sentido, el reino de Dios ya está presente en su persona, en su palabra y en sus obras. La consumación futura del reino consistirá en la aniquilación de aquellas potencias del mal (el pecado y la muerte), que subsisten todavía junto a las fuerzas de la salvación y en el juicio de Dios sobre los hombres que hayan rechazado su oferta de amor.

Está cerca el reino de Dios. El anuncio del reino de Dios nos transmite la decisión de Dios de salvar a la humanidad caída. La realeza de Dios designa el tiempo de la salvación, la consumación del mundo, la restauración de la comunión entre Dios y el hombre, que había quedado rota por el pecado de Adán. Ahora bien, es Jesús mismo quien se presenta como el garante de esa misma decisión divina. Por eso Jesús no sólo anuncia la manifestación futura del reinado de Dios al final de la historia, sino que ese reinado futuro de Dios se hace ya presente en su palabra y en sus acciones. En esto consiste la cercanía de ese reinado, pues siendo una realidad futura, se ha hecho ya presente en él. El reino es una realidad actual en el tiempo, pero su plena realización llegará sólo con el fin de la historia. Por eso, Jesús mismo nos enseñó a pedir constantemente “venga a nosotros tu reino”.

Convertíos y creed en el Evangelio. Tras la caída del hombre, lo que esperaron los profetas del Antiguo Testamento debe hacerse realidad, tanto en el pueblo de Israel como en todos los hombres. Los hombres deben cambiar su mentalidad, convertirse de las cosas del mundo a Dios; deben aceptar las palabras que salen de la boca de Jesús. Lo que Jesús entiende por “conversión” lo explica ampliamente en las parábolas de la misericordia, que será el tema de la catequesis siguiente. Consiste fundamentalmente en confiarse enteramente a la misericordia de Dios y transformar profundamente el corazón. Entonces es cuando puede llegar el reino de Dios al mundo.

La posibilidad del rechazo. Cuando los enviados de Juan el Bautista acudieron a Jesús y le preguntaron en nombre de su maestro “¿eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”, Jesús les respondió con los signos que los profetas, especialmente Isaías, habían anunciado como señales del Mesías y de su reino: “los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Mt 11,2-6). Pero, inmediatamente prosigue: “¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!”. Jesús sabía, pues, que su anuncio del reino llevaba también la posibilidad de suscitar el escándalo. Pero “escándalo” significa aquí no sólo desconcierto, sino también rechazo del mensaje de Dios. Se puede rechazar el mensaje del reino por motivos ideológicos, políticos, científicos o, más frecuentemente, por indiferencia o apego a los valores de este mundo. La aceptación del anuncio del reino quedaba, pues, a merced de la respuesta que la libertad del pueblo iba a dar al mensaje que Jesús les transmitía...

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