viernes, 19 de octubre de 2012

II - La Revelación y la Fe

Mons. Esteban Escudero


La historia de las religiones. A través de la belleza y del orden maravilloso que existe en la Creación, los hombres de todos los tiempos han podido entrever que, más allá del mundo material que nos rodea, y del que nosotros formamos parte, debe de haber una realidad que explique por qué existe el Universo y por qué existe el hombre. Las religiones que se han dado en la historia son buen ejemplo de esa búsqueda de Dios que hay en el hombre.

El anhelo de Dios. Además, todo ser humano tiene, en el fondo de su alma, un anhelo de Dios. Ese deseo, si no lo acallamos, se traduce por una incesante aspiración a la felicidad y a la inmortalidad. El hombre quiere ser feliz y ser feliz para siempre. No admite una vida sin sentido, un amor que se acabe para siempre, una injusticia que nunca tenga su sanción. San Agustín definió con pocas palabras este anhelo profundo de todo ser humano: “Tu eres grande, Señor, y muy digno de alabanza /.../ Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti”.

La historia de la salvación. Para que pudiésemos conocerle, Dios mismo se hizo el encontradizo con el hombre a través de su Revelación. Tras el pecado de nuestros primeros padres, en los que la humanidad comenzó ya a apartarse de su Creador, él hizo una alianza con Noé que abraza a todos los seres vivientes. Tras esta primera manifestación de Dios al hombre, “Dios escogió a Abram llamándolo a abandonar su tierra para hacer de él «el padre de una multitud de naciones» (Gn 17, 5), y prometiéndole bendecir en él a «todas las naciones de la tierra» (Gn 12,3). Los descendientes de Abraham serán los depositarios de las promesas divinas hechas a los patriarcas. Dios forma a Israel como su pueblo elegido, salvándolo de la esclavitud de Egipto, establece con él la Alianza del Sinaí, y le da su Ley por medio de Moisés. Los Profetas anuncian una radical redención del pueblo y una salvación que abrazará a todas las naciones en una Alianza nueva y eterna. Del pueblo de Israel, de la estirpe del rey David, nacerá el Mesías: Jesús”.

Jesús, la Palabra del Padre. Jesús, el Hijo de Dios que se hizo hombre en el seno de María, es la culminación definitiva de ese encuentro de Dios con la humanidad. Jesús es la Palabra definitiva del Padre. Con Jesús y por Jesús, el ser humano ha podido por fin conocer, en la medida de los estrechos límites de su razón, quién es Dios y, como consecuencia de ello, qué es el hombre y cuál es su destino último. Encontrando a Jesús, el hombre ha encontrado a Dios. Escuchando a  Jesús, el hombre ha escuchado la Palabra de Dios. Amando a Jesús, el hombre ha podido unirse ya con Dios por la fe, la esperanza y la caridad.

Con la encarnación, la vida, el mensaje, la muerte y la resurrección de Jesucristo, la Revelación ya se ha cumplido plenamente, aunque la fe de la Iglesia deberá comprender gradualmente todo su alcance a lo largo de los siglos.

La Tradición Apostólica es la transmisión del mensaje de Cristo llevada a cabo, desde los comienzos del cristianismo, por la predicación, el testimonio, las instituciones, el culto y los escritos inspirados. Los Apóstoles transmitieron a sus sucesores, los obispos y, a través de éstos, a todas las generaciones hasta el fin de los tiempos todo lo que habían recibido de Cristo y aprendido del Espíritu Santo. La Tradición Apostólica se realiza de dos modos: con la transmisión viva de la Palabra de Dios (también llamada simplemente Tradición) y con la Sagrada Escritura, que es el mismo anuncio de la salvación puesto por escrito” (nº 12-13 del Compendio del Catecismo). 

La Sagrada Escritura, interpretada por la tradición viva de la Iglesia, por lo tanto, reviste para todo cristiano una importancia decisiva para su vida. Ya los escritos del Antiguo Testamento nos hablan del amor de Dios por el hombre, pero es en el Nuevo Testamento, y en especial en los cuatro Evangelios, donde llega hasta nosotros la verdad definitiva de la Revelación de Dios al hombre. El Antiguo Testamento prepara el Nuevo, mientras que éste da cumplimiento al Antiguo: ambos se iluminan recíprocamente.  

La respuesta del hombre a Dios. Cuando alguien nos habla, debemos prestarle atención a lo que nos dice, si es digno de crédito y, por ello, nos fiamos de él. Según eso, cuando Dios, que es la Verdad suma, nos ha hablado, debemos fiarnos de él, escuchar lo que nos dice y acogerlo con amor, para llevarlo a la práctica en nuestra vida. Es decir, debemos responderle con la fe. Por tanto, los cristianos creemos, con un solo corazón y una sola alma, todo aquello que se contiene en la Palabra de Dios escrita o transmitida y es propuesto por la Iglesia para ser creído como divinamente revelado. El modelo de fe lo tenemos en la Virgen María, cuya vida entera fue una continuación de su respuesta al anuncio del ángel: “hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38).


TEXTOS DEL COMPENDIO DEL CATECISMO

Nº 12. ¿Qué es la Tradición Apostólica? La Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas entre sí. En efecto, ambas hacen presente y fecundo en la Iglesia el Misterio de Cristo, y surgen de la misma fuente divina: constituyen un solo sagrado depósito de la fe, del cual la Iglesia saca su propia certeza sobre todas las cosas reveladas.

Nº 16. Interpretación auténtica de la fe. La interpretación auténtica del depósito de la fe corresponde sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, es decir, al Sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, y a los obispos en comunión con él. Al Magisterio, el cual, en el servicio de la Palabra de Dios, goza del carisma cierto de la verdad, compete también definir los dogmas, que son formulaciones de las verdades contenidas en la divina Revelación; dicha autoridad se extiende también a las verdades necesariamente relacionadas con la Revelación. 

Nº 27. ¿Qué significa creer en Dios? Creer en Dios significa para el hombre adherirse a Dios mismo, confiando plenamente en Él y dando pleno asentimiento a todas las verdades por Él reveladas, porque Dios es la Verdad. Significa creer en un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. 

Nº 30. La Fe, acto personal y eclesial. La fe es un acto personal en cuanto es respuesta libre del hombre a Dios que se revela. Pero, al mismo tiempo, es un acto eclesial, que se manifiesta en la expresión «creemos», porque, efectivamente, es la Iglesia quien cree, de tal modo que Ella, con la gracia del Espíritu Santo, precede, engendra y alimenta la fe de cada uno: por esto la Iglesia es Madre y Maestra.

Nº 32. La Fe de la Iglesia es una sola. La Iglesia, aunque formada por personas diversas por razón de lengua, cultura y ritos, profesa con voz unánime la única fe, recibida de un solo Señor y transmitida por la única Tradición Apostólica. Profesa un solo Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- e indica un solo camino de salvación. Por tanto, creemos, con un solo corazón y una sola alma, todo aquello que se contiene en la Palabra de Dios escrita o transmitida y es propuesto por la Iglesia para ser creído como divinamente revelado.

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