Mons. Esteban Escudero
Los Apóstoles, transmisores del Evangelio. “Dios quiso que lo que había revelado para salvación
de todos los pueblos se conservara para siempre íntegro y fuera transmitido a
todas las edades. Por eso Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación,
mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de
toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los
bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que El mismo cumplió y
promulgó con su boca. Este mandato se cumplió fielmente, pues los Apóstoles,
con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra
lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu
Santo les enseñó; además, los mismos Apóstoles y otros de su generación
pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu
Santo (VAT II, DV 7).
La inspiración de la Sagrada Escritura. La revelación que se contiene en la Sagrada
Escritura ha sido puesta por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo.
Por eso, se afirma que todos los libros de la Biblia tienen a Dios por autor,
es decir, están “inspirados” por Él. Ello no obsta para que, en la composición
de los libros sagrados, Dios se valiese de unos hombres elegidos por él, que se
conocen con el nombre de “hagiógrafos”. Estos hombres tenían una cultura, una
lengua y unas facultades propias. Dios se valió de ellos para que pusiesen por
escrito, según sus capacidades, todo lo que Dios quería que conociésemos para
nuestra salvación. En este sentido, se puede decir que ellos son también verdaderos
autores de los libros sagrados.
La verdad de la Sagrada Escritura. “Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o
autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los Libros
sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo
consignar en dichos libros para salvación nuestra” (DV
7). No podemos pretender encontrar en la Sagrada
Escritura verdades de tipo científico. Además, hay que tener en cuenta que la
cultura de aquellos escritores sagrados era muy diferente de la nuestra. Por
eso, “para comprender exactamente lo que el autor propone en sus escritos, hay
que tener muy en cuenta los modos de pensar, de expresarse, de narrar que se
usaban en tiempo del escrito, y también las expresiones que entonces más se
solían emplear en la conversación ordinaria” (DV 12).
La “lectura orante” de la Sagrada Escritura. Como conclusión del Sínodo de obispos
sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, el 30 de
Septiembre de 2010, el Papa Benedicto XVI publicó una Exhortación Apostólica
con el título de “Verbum Domini”. En ella podemos leer esta invitación a leer
asiduamente la Sagrada Escritura: “El Sínodo ha vuelto a insistir más de una
vez en la exigencia de un acercamiento orante al texto sagrado como factor
fundamental de la vida espiritual de todo creyente, en los diferentes
ministerios y estados de vida, con particular referencia a la lectio divina.
En efecto, la Palabra de Dios está en la base de toda espiritualidad
auténticamente cristiana /.../ Como dice san Agustín: «Tu oración es un
coloquio con Dios. Cuando lees, Dios te habla; cuando oras, hablas tú a Dios».
La Palabra de
Dios y la Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede
comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente
carne en el acontecimiento eucarístico. La Eucaristía nos ayuda a entender la
Sagrada Escritura, así como la Sagrada Escritura, a su vez, ilumina y explica
el misterio eucarístico.
La
“Lectura orante” explicada por Benedicto XVI : 1) “se comienza con la lectura (lectio) del texto, que suscita la
cuestión sobre el conocimiento de su contenido auténtico: ¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo?
Sin este momento, se corre el riesgo de que el texto se convierta sólo en un
pretexto para no salir nunca de nuestros pensamientos. 2) Sigue después la
meditación (meditatio) en la
que la cuestión es: ¿Qué nos dice el
texto bíblico a nosotros? Aquí, cada uno personalmente, pero también
comunitariamente, debe dejarse interpelar y examinar, pues no se trata ya de
considerar palabras pronunciadas en el pasado, sino en el presente. 3) Se llega
sucesivamente al momento de la oración (oratio),
que supone la pregunta: ¿Qué decimos
nosotros al Señor como respuesta a su Palabra? La oración como petición,
intercesión, agradecimiento y alabanza, es el primer modo con el que la Palabra
nos cambia. 4) Por último, la “lectio
divina” concluye con la contemplación (contemplatio), durante la cual aceptamos como don de Dios su
propia mirada al juzgar la realidad, y nos preguntamos: ¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el
Señor?... Conviene recordar, además, que la lectio divina no termina su proceso hasta que no se llega a la
acción (actio), que mueve la
vida del creyente a convertirse en don para los demás por la caridad”.
TEXTOS DEL
COMPENDIO DEL CATECISMO
Nº 18.
La Sagrada Escritura enseña la verdad. Decimos que la Sagrada
Escritura enseña la verdad porque Dios mismo es su autor: por eso afirmamos que
está inspirada y enseña sin error las verdades necesarias para nuestra
salvación. El Espíritu Santo ha inspirado, en efecto, a los autores humanos de
la Sagrada Escritura, los cuales han escrito lo que el Espíritu ha querido
enseñarnos. La fe cristiana, sin embargo, no es una «religión del libro», sino
de la Palabra de Dios, que no es «una palabra escrita y muda, sino el Verbo
encarnado y vivo» (San Bernardo de Claraval).
19. ¿Cómo se debe leer la Sagrada Escritura?
La
Sagrada Escritura debe ser leída e interpretada con la ayuda del Espíritu Santo
y bajo la guía del Magisterio de la Iglesia, según tres criterios: 1) atención
al contenido y a la unidad de toda la Escritura; 2) lectura de la Escritura en
la Tradición viva de la Iglesia; 3) respeto de la analogía de la fe, es decir,
de la cohesión entre las verdades de la fe.
20. ¿Qué es el canon de las
Escrituras? El
canon de las Escrituras es el elenco completo de todos los escritos que
la Tradición Apostólica ha hecho discernir a la Iglesia como sagrados. Tal
canon comprende cuarenta y seis escritos del Antiguo Testamento y veintisiete
del Nuevo.
21. ¿Qué importancia tiene el Antiguo
Testamento para los cristianos? Los cristianos veneran el
Antiguo Testamento como verdadera Palabra de Dios: todos sus libros están
divinamente inspirados y conservan un valor permanente, dan testimonio de la
pedagogía divina del amor salvífico de Dios, y han sido escritos sobre todo
para preparar la venida de Cristo Salvador del mundo.
22. ¿Qué importancia tiene el Nuevo
Testamento para los cristianos? El Nuevo Testamento, cuyo
centro es Jesucristo, nos transmite la verdad definitiva de la Revelación
divina. En él, los cuatro Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, siendo el
principal testimonio de la vida y doctrina de Jesús, constituyen el corazón de
todas las Escrituras y ocupan un puesto único en la Iglesia.
23. ¿Qué unidad existe entre el Antiguo y
el Nuevo Testamento?
La Escritura es una porque es única la Palabra de Dios, único el proyecto
salvífico de Dios y única la inspiración divina de ambos Testamentos. El
Antiguo Testamento prepara el Nuevo, mientras que éste da cumplimiento al
Antiguo: ambos se iluminan recíprocamente.
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