El 11 de octubre también se pone
en marcha, convocado por Benedicto XVI, con su carta apostólica “Porta Fidei”,
el Año de la Fe. Todos los católicos palentinos ya podemos “señalar en rojo”
esta fecha en nuestro calendario y acudir la Catedral donde, presididos por
nuestro Obispo, inauguraremos este gran acontecimiento.
La intención del Año de la Fe
“ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más
consciente y vigorosa” y suscitar en todo creyente “la aspiración a confesar la
fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza”. Así, nos
unimos a los deseos del Papa, esperando que “el testimonio de vida de los
creyentes sea cada vez más creíble” en este “tiempo de gracia espiritual que el
Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe”.
Se abre ante nosotros un año de
gracia en el que profundizar en la fe. Una ocasión de proclamar nuestra fe de
un modo nuevo para una sociedad cansada de palabras, que si aprecia algo son
los testimonios. Estamos todos invitados a redescubrir la alegría de la fe.
Como San Agustín, que, emprendió una búsqueda continuada de la belleza, hasta
que su corazón encontró descanso en Dios. Como Lidia, aquella mujer que oyó
predicar a San Pablo en Filipos y “el Señor le abrió el corazón para que
aceptara lo que decía Pablo” (Hch 16, 14).
Es Dios quien abre el corazón.
Podemos estar oyendo toda la vida los contenidos de la fe, que si no abrimos la
puerta de entrada que es el corazón, no afectarán a nuestra vida. La fe implica
abrirse a la palabra de Cristo y supone también ser luego pregonero de esa fe,
con las palabras y con las obras, sin avergonzarse de la condición de
cristiano, incluso cuando el ambiente pueda resultar contrario.
“El cristiano -dice Benedicto
XVI- no puede pensar nunca que creer es un hecho privado”. Exige también una
responsabilidad social. No podemos comportarnos en nuestra vida “como si Dios
no existiera”, con el falso pretexto de respeto al pluralismo o a los demás.
Precisamente lo que la gente espera de nosotros es la sinceridad de
comportarnos como lo que somos. El don de la fe, gracias a este testimonio,
llegará así a nuestro entorno, del mismo modo que se propagó en los comienzos
de la Iglesia en una sociedad no menos pagana que la actual.
OREMOS POR LOS FRUTOS DEL AÑO DE LA FE
En el camino de la fe es
imprescindible la oración, que es la puerta que lleva a la fe, la hace crecer,
la fortalece y la mantiene viva. La fe no es sólo creer como verdaderas las
enseñanzas de Jesús, el Hijo de Dios, ni sólo acoger aceptar la moral que Él
nos propone. Incluye todo esto; pero es también y antes de nada abrir nuestra
mente y nuestro corazón a Jesucristo, en quien Dios viene a nuestro encuentro
para darnos su amor. Creer es confiar en Jesucristo, ponerse en sus manos,
prestarle la adhesión de nuestra mente y de nuestro corazón, aceptarle como el
centro de nuestra existencia. Porque creemos en Él, confiamos en Él y nos
fiamos de Él, creemos y acogemos su Palabra como la Verdad y su camino como el
camino de la Vida.
Nuestra fe brota del encuentro
personal con el Dios vivo en su Hijo Jesucristo. Como Benedicto VXI nos ha
escrito en su primera Encíclica, “Dios es amor”, que “no se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva”.
¿Dónde descubrirlo? En la oración
personal y comunitaria. Quien reza de
verdad y ora con autenticidad se pone en la presencia de Dios, abre su corazón
al misterio del amor de Dios, se deja encontrar y amar por Dios. La oración es
la puerta para creer. No hay otro camino para establecer una relación de
amistad con Dios ni para el encuentro con Jesucristo que la oración. Y hemos de
orar con constancia e insistencia. Recuperemos o intensifiquemos la oración en
este tiempo que comienza.
Demos a Dios cada día algo de
nuestro tiempo.
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