Mons. Esteban Escudero
Dos etapas en la historia de la humanidad. En este tema vamos a
hablar de dos situaciones diferentes de la condición del ser humano: el hombre,
varón y mujer, tal como fue creado por Dios, y el hombre caído, tras apartarse
de Dios los primeros progenitores de la historia de la humanidad. La gracia de
Dios en la Creación aportaba al hombre ser libre y tener control sobre sus
propias acciones. Obedeciendo a Dios, el hombre era dueño de sí y señor del
mundo. Estaba destinado a una relación de amistad con Dios, que le
proporcionaría felicidad y eternidad. Es una situación que denominamos el
“paraíso terrenal”. Pero, según nos dice la Revelación de Dios en la Biblia,
las relaciones con él se desordenaron. El hombre no obedeció a Dios, quiso ser
señor por sí mismo y reclamó el mundo como propiedad suya. Desde ese momento,
la historia de la humanidad quedó marcada por la culpa originaria y por la
perturbación que en el hombre y en el mundo introduce. Veámoslo en los textos
del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica que citamos.
El hombre, imagen de
Dios. El hombre ha sido creado a imagen de Dios, en el
sentido de que es capaz de conocer y amar libremente a su propio Creador. Es la
única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma, y a la que llama
a compartir su vida divina, en el conocimiento y en el amor. El hombre, en
cuanto creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es solamente
algo, sino alguien capaz de conocerse, de darse libremente y de entrar en
comunión con Dios y las otras personas (Catecismo, nº 66).
La condición
original del hombre. Al crear al hombre y a la mujer, Dios les había
dado una especial participación de la vida divina, en un estado de santidad y
justicia. En este proyecto de Dios, el hombre no habría debido sufrir ni morir.
Igualmente reinaba en el hombre una armonía perfecta consigo mismo, con el
Creador, entre hombre y mujer, así como entre la primera pareja humana y toda
la Creación (Catecismo nº 72).
La condición actual del ser humano. Pero, el ser humano, en
su condición actual, es frecuentemente para sí mismo un misterio
desconcertante. El concilio Vaticano II planteó acertadamente esta condición
ambigua del ser humano al decir: “Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del
hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se
siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior.
Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún,
como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo
que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas
y tan graves discordias provoca en la sociedad” (GS 10).
El porqué de esta situación. El hombre y la mujer, creados por Dios para vivir
felices con él, quisieron vivir al margen de Dios, no obedeciendo sus mandatos,
ni aceptando su condición de criatura. Es el llamado pecado original de nuestros
primeros padres, Adán y Eva. El capítulo tercero del libro del Génesis nos
narra cómo el pecado rompe la solidaridad y la armonía del ser humano,
introduciendo además una serie de desequilibrios, expresados mediante la
vergüenza por estar desnudos, el temor a Dios, la fatiga del trabajo, etc. En
la historia de Adán y Eva se condensa la historia de toda la humanidad. El
drama de la primera pareja representa, en cierto modo, el de todos los seres
humanos.
El anuncio del Redentor. El Compendio del Catecismo, en el número 78,
anticipa ya el plan de salvación del hombre caído, que Dios preparó para el ser
humano: “Después del primer pecado, el mundo ha sido inundado de pecados, pero
Dios no ha abandonado al hombre al poder de la muerte, antes al contrario, le
predijo de modo misterioso en el «Protoevangelio» (Gn 3, 15) -que el mal sería vencido y el hombre levantado de la
caída. Se trata del primer anuncio del Mesías Redentor. Por ello, la caída será
incluso llamada feliz culpa, porque «ha merecido tal y tan grande
Redentor» (Liturgia de la Vigilia pascual).
TEXTOS DEL COMPENDIO DEL CATECISMO
67. ¿Para qué fin ha creado Dios al hombre? Dios ha creado todo para el hombre, pero el hombre
ha sido creado para conocer, servir y amar a Dios, para ofrecer en este mundo
toda la Creación a Dios en acción de gracias, y para ser elevado a la vida con
Dios en el cielo. Solamente en el misterio del Verbo encarnado encuentra
verdadera luz el misterio del hombre, predestinado a reproducir la imagen del
Hijo de Dios hecho hombre, que es la perfecta «imagen de Dios invisible» (Col 1, 15).
69. ¿De qué manera el cuerpo y el alma forman en
el hombre una unidad? La persona
humana es, al mismo tiempo, un ser corporal y espiritual. En el hombre el
espíritu y la materia forman una única naturaleza. Esta unidad es tan profunda
que, gracias al principio espiritual, que es el alma, el cuerpo, que es
material, se hace humano y viviente, y participa de la dignidad de la imagen de
Dios.
75. ¿En qué consiste el primer pecado del
hombre? El hombre, tentado por el diablo, dejó apagarse en
su corazón la confianza hacia su Creador y, desobedeciéndole, quiso «ser como
Dios» (Gn 3, 5), sin Dios, y no
según Dios. Así Adán y Eva perdieron inmediatamente, para sí y para todos sus
descendientes, la gracia de la santidad y de la justicia originales.
76. ¿Qué es el pecado original? El pecado original, en el que todos los hombres
nacen, es el estado de privación de la santidad y de la justicia originales. Es
un pecado «contraído» no «cometido» por nosotros; es una condición de
nacimiento y no un acto personal. A causa de la unidad de origen de todos los
hombres, el pecado original se transmite a los descendientes de Adán con la
misma naturaleza humana, «no por imitación sino por propagación». Esta
transmisión es un misterio que no podemos comprender plenamente.
ORACIÓN
Oh Dios, que con acción maravillosa creaste al
hombre y con mayor maravilla lo redimiste, concédenos resistir a los atractivos
del pecado, guiados por la sabiduría del Espíritu, para llegar a la alegría del
cielo. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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