La fe
en la vida cotidiana.
Las relaciones entre las personas frecuentemente se basan en una confianza que,
en cierto modo, nos puede ayudar a comprender lo que es la fe religiosa. Esta
confianza o fe entre las personas se da principalmente en las relaciones entre
los amigos, o entre marido y mujer, o también cuando alguien se dirige a
nosotros para pedirnos algo. Unas veces confiamos en el otro o, por el
contrario, como se dice vulgarmente “no nos fiamos ni un pelo” de él. Algo
tiene que pasar para que nos fiemos de una persona o bien para que desconfiemos
de ella.
El
camino hacia la fe humana en la persona del otro empieza cuando me abro hacia
lo que me dice sobre sí misma, prestándole atención. Comienza entonces un período
de discernimiento para tratar de averiguar si es o no digna de crédito. La
convergencia de los indicios que me llegan sobre su manera de ser hacen que,
por fin, venza mi cautela y, juzgando que tengo suficientes garantías sobre su
persona, decida otorgarle mi confianza: “yo creo en ti”. Y desde la fe en su
persona, surge la fe en su palabra: “yo te creo”. Si la considero digna de mi
confianza, acepto, sin más, lo que ella me dice sobre su vida, sus
preocupaciones, sus necesidades... Creo en ella y, porque creo en ella, creo en
lo que me dice.
De
esta manera, el cristiano del siglo XXI puede contactar, con garantías de
veracidad histórica, con el recuerdo vivo de los testigos presenciales de la
vida, muerte y resurrección de Jesús; puede así informarse sobre su mensaje y
su oferta de salvación y abrirse con interés al testimonio sobre su persona. Si
su intención es recta y está bien dispuesto, podrá iniciar un periodo de
discernimiento: captará en Jesús el espíritu de un hombre bueno y humilde,
solidario con todos, veraz en sus palabras, consecuente con su mensaje hasta la
muerte en la cruz. Advertirá el misterio de su persona y la salvación que Él
promete. Especialmente, conocerá que el testimonio de sus discípulos concuerda
siempre en que, tras su muerte, ofrecida por la salvación del mundo, se
apareció vivo y glorioso. Y tan convencidos estaban de ello, que no dudaron en
dar su vida por anunciarlo como Mesías e Hijo de Dios. La fe de aquellos
testigos es el fundamento de mi propia fe en Jesús.
El
encuentro personal con Jesucristo. Cuando la persona que ha
sido educada en la fe cristiana quiere saber los motivos por los que cree,
podrá valorar la herencia que ha recibido de sus mayores y, sintiendo que hay
muchas más razones para seguir siendo cristiano que para abandonar la fe
recibida en el bautismo, podrá vencer las posibles dudas y afirmar con
convicción: “yo creo en ti, Jesús; y, por eso, yo te creo”. El cristiano se
entrega así plenamente a Jesús, se fía de él y, consecuentemente, acepta el
mensaje que él proclamó: el Evangelio, el mensaje del reino de Dios. A partir
de esa fe en Jesús, deberá ir cambiando su manera de pensar y de vivir, según
el modelo que encuentra en su mensaje de salvación.
La fe
en Dios por la revelación de Jesucristo. Pero, el Evangelio no sólo
contiene un mensaje moral; es también toda una enseñanza sobre quién es Dios,
revelado como Padre misericordioso, sobre la comunidad de los creyentes en
Cristo, es decir, sobre su Iglesia, que fundó sobre Pedro y los demás
apóstoles, sobre el Espíritu Santo, que nos acompaña hasta el fin de los
tiempos y, sobre todo, un mensaje sobre su vuelta a la tierra (la Parusía) para
llevarnos, tras la resurrección de los muertos, al reino de su Padre, para
vivir eternamente con él en el cielo. Es la fe que profesamos en el Credo.
La fe de la Iglesia. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir
solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo. Cada creyente es como un eslabón en la
gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de
los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los demás. La Iglesia
es la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia
guarda fielmente “la fe transmitida a los santos de una vez para siempre” (cf.
Judas 3). Ella es la que guarda la memoria de las palabras de Cristo, la que
transmite de generación en generación la confesión de fe de los apóstoles. En
ella creemos en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por la fe que tenemos en
Jesucristo, que nos ha revelado el misterio de Dios.
ORACIÓN
Derrama,
Señor, tu gracia en nuestras almas, para que los que por el anuncio del ángel
hemos conocido la encarnación de tu Hijo, por los méritos de su pasión y de su
cruz, seamos llevados a la gloria de la resurrección.
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