domingo, 25 de noviembre de 2012

VII - La Fe en Dios por Jesucristo

La fe en la vida cotidiana. Las relaciones entre las personas frecuentemente se basan en una confianza que, en cierto modo, nos puede ayudar a comprender lo que es la fe religiosa. Esta confianza o fe entre las personas se da principalmente en las relaciones entre los amigos, o entre marido y mujer, o también cuando alguien se dirige a nosotros para pedirnos algo. Unas veces confiamos en el otro o, por el contrario, como se dice vulgarmente “no nos fiamos ni un pelo” de él. Algo tiene que pasar para que nos fiemos de una persona o bien para que desconfiemos de ella.
 
El camino hacia la fe humana en la persona del otro empieza cuando me abro hacia lo que me dice sobre sí misma, prestándole atención. Comienza entonces un período de discernimiento para tratar de averiguar si es o no digna de crédito. La convergencia de los indicios que me llegan sobre su manera de ser hacen que, por fin, venza mi cautela y, juzgando que tengo suficientes garantías sobre su persona, decida otorgarle mi confianza: “yo creo en ti”. Y desde la fe en su persona, surge la fe en su palabra: “yo te creo”. Si la considero digna de mi confianza, acepto, sin más, lo que ella me dice sobre su vida, sus preocupaciones, sus necesidades... Creo en ella y, porque creo en ella, creo en lo que me dice.

Jesús de Nazaret, mensajero del reino de Dios. La fe del cristiano es también un encuentro personal de cada uno de nosotros con la figura de Jesucristo, transmitida de ordinario a través de la familia, la escuela o la catequesis parroquial. Mediante la lectura de los evangelios y otros escritos del Nuevo Testamento nos ha llegado la noticia de Jesús. Por la tradición viva de la Iglesia, por los escritos de los Santos Padres, por la vida litúrgica y por los modelos de conducta de los santos, ha llegado hasta nuestros días el recuerdo de la vida y mensaje de Jesús, el Señor.

De esta manera, el cristiano del siglo XXI puede contactar, con garantías de veracidad histórica, con el recuerdo vivo de los testigos presenciales de la vida, muerte y resurrección de Jesús; puede así informarse sobre su mensaje y su oferta de salvación y abrirse con interés al testimonio sobre su persona. Si su intención es recta y está bien dispuesto, podrá iniciar un periodo de discernimiento: captará en Jesús el espíritu de un hombre bueno y humilde, solidario con todos, veraz en sus palabras, consecuente con su mensaje hasta la muerte en la cruz. Advertirá el misterio de su persona y la salvación que Él promete. Especialmente, conocerá que el testimonio de sus discípulos concuerda siempre en que, tras su muerte, ofrecida por la salvación del mundo, se apareció vivo y glorioso. Y tan convencidos estaban de ello, que no dudaron en dar su vida por anunciarlo como Mesías e Hijo de Dios. La fe de aquellos testigos es el fundamento de mi propia fe en Jesús.

El encuentro personal con Jesucristo. Cuando la persona que ha sido educada en la fe cristiana quiere saber los motivos por los que cree, podrá valorar la herencia que ha recibido de sus mayores y, sintiendo que hay muchas más razones para seguir siendo cristiano que para abandonar la fe recibida en el bautismo, podrá vencer las posibles dudas y afirmar con convicción: “yo creo en ti, Jesús; y, por eso, yo te creo”. El cristiano se entrega así plenamente a Jesús, se fía de él y, consecuentemente, acepta el mensaje que él proclamó: el Evangelio, el mensaje del reino de Dios. A partir de esa fe en Jesús, deberá ir cambiando su manera de pensar y de vivir, según el modelo que encuentra en su mensaje de salvación.

La fe en Dios por la revelación de Jesucristo. Pero, el Evangelio no sólo contiene un mensaje moral; es también toda una enseñanza sobre quién es Dios, revelado como Padre misericordioso, sobre la comunidad de los creyentes en Cristo, es decir, sobre su Iglesia, que fundó sobre Pedro y los demás apóstoles, sobre el Espíritu Santo, que nos acompaña hasta el fin de los tiempos y, sobre todo, un mensaje sobre su vuelta a la tierra (la Parusía) para llevarnos, tras la resurrección de los muertos, al reino de su Padre, para vivir eternamente con él en el cielo. Es la fe que profesamos en el Credo.

La fe de la Iglesia. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los demás. La Iglesia es la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia guarda fielmente “la fe transmitida a los santos de una vez para siempre” (cf. Judas 3). Ella es la que guarda la memoria de las palabras de Cristo, la que transmite de generación en generación la confesión de fe de los apóstoles. En ella creemos en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por la fe que tenemos en Jesucristo, que nos ha revelado el misterio de Dios.

ORACIÓN

Derrama, Señor, tu gracia en nuestras almas, para que los que por el anuncio del ángel hemos conocido la encarnación de tu Hijo, por los méritos de su pasión y de su cruz, seamos llevados a la gloria de la resurrección.

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