viernes, 30 de noviembre de 2012

VIII - Creo en Jesucristo, el Hijo de Dios



El misterio de la persona de Jesús de Nazaret. Ya desde el comienzo de su predicación, la figura de Jesús fue objeto de controversia. Su predicación, sus milagros, su amor a los pobres y marginados, su predicación del Reino de Dios, su pretensión de ser el Mesías esperado por Israel, su unión con Dios, al que llamaba afectuosamente abba (Padre), considerándose como hijo suyo, hizo que las gentes que le escuchaban se preguntasen sobre su verdadera personalidad. ¿Quién era ese Jesús, que recorría los pueblos y las aldeas de Galilea? Su “yo” más profundo, para muchos, constituía un misterio.

¿Quién dice la gente que soy yo? El evangelio de San Mateo nos describe la variedad de opiniones que corrían entre la gente sobre la persona de Jesús. «Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, -nos dice el evangelista-, Jesús preguntó a sus discípulos: “Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos contestaron: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”» (Mt 16, 13-14). También Herodes Antipas, el rey de la Galilea, donde Jesús predicaba, también estaba confuso ante la persona de Jesús, sabiendo lo que las gentes de su reino decían de él. Es el evangelista San Marcos quien nos informa de esto, al referirnos la muerte de Juan el Bautista: «Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: “Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él”. Otros decían: “Es Elías”. Otros: “Es un profeta como los antiguos”. Herodes, al oírlo, decía: “Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado”» (Mc 6, 14-16).

Testimonios judíos antiguos sobre Jesús. Flavio Josefo fue contemporáneo de los apóstoles y en su libro Antigüedades judías habla dos veces de Jesús. Al narrar la muerte de Santiago, pariente de Jesús, nos dice: «Anano reunió al Sanedrín de los jueces e hizo compadecer ante ellos a Santiago, el hermano de Jesús, llamado el Cristo, así como a algunos otros; los acusó de haber violado la ley y los entregó a la lapidación». En otro pasaje de Flavio Josefo, transmitido por el obispo Agapio, del siglo X, se dice: «Por esta época, hubo un hombre sabio llamado Jesús, de buena conducta, sus virtudes fueron reconocidas, y muchos judíos y de otras naciones se hicieron discípulos suyos. Y Pilato lo condenó a ser crucificado y a morir. Pero, los que se habían hecho discípulos suyos predicaron su doctrina. Contaron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Quizás era el Cristo sobre el que habían dicho cosas prodigiosas los profetas». Los textos recogidos en el Talmud son ya posteriores y, en general, tienen un sentido más polémico sobre la vida y obra de Jesús.

Lo que nos dicen estos testimonios. Los textos que hemos comentado, y otros más que podríamos haber recogido, nos hablan ciertamente de un personaje histórico, Jesús de Nazaret, que vivió en Palestina en el siglo primero de nuestra era. Para unos era un antiguo personaje de la historia del pueblo de Israel que había revivido, para otros un rabino, más o menos respetuoso con las tradiciones religiosas del pueblo judío. En cualquier caso, no era sino un mero hombre. Sus pretensiones mesiánicas no pasaban de ser sino equivocaciones de Jesús respecto de su misión. Un hombre bueno, sí, pero sólo un hombre, que, en el mejor de los casos, enseñó una doctrina de amor al prójimo y de servicio a los demás. Hay que decir que, todavía en nuestros días, no son pocos los que no dan el salto a la fe en Jesús, el Señor.

El testimonio de los cristianos. El pasaje de San Mateo, capítulo 16, anteriormente citado, termina con esta pregunta de Jesús a sus discípulos: «”Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”» ( Mt 16, 15-16). Hay aquí ya una confesión de fe: Jesús es el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios hecho hombre.

El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica comentará este texto diciendo: «“Cristo”, en griego, y “Mesías”, en hebreo, significan “ungido”. Jesús es el Cristo porque ha sido consagrado por Dios, ungido por el Espíritu Santo para la misión redentora. Él es el Mesías esperado por Israel y enviado al mundo por el Padre. Jesús ha aceptado el título de Mesías, precisando, sin embargo, su sentido: “bajado del cielo” (Jn 3, 13), crucificado y después resucitado, Él es el siervo sufriente “que da su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28). Del nombre de Cristo nos viene el nombre de cristianos» (nº 82).

Además, los cristianos creemos que «Él es “el Hijo unigénito de Dios”» (1 Jn 4, 9), la segunda Persona de la Trinidad. Es el centro de la predicación apostólica: los Apóstoles han visto su gloria, «que recibe del Padre como Hijo único» (Jn 1, 14) (nº 83). Esta es nuestra fe, ésta es la fe de la Iglesia.

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