El misterio de la persona de Jesús de Nazaret. Ya desde el comienzo de su predicación, la figura
de Jesús fue objeto de controversia. Su
predicación, sus milagros, su amor a los pobres y marginados, su predicación
del Reino de Dios, su pretensión de ser el Mesías esperado por Israel, su unión
con Dios, al que llamaba afectuosamente abba
(Padre), considerándose como hijo suyo, hizo que las gentes que le
escuchaban se preguntasen sobre su verdadera personalidad. ¿Quién era ese
Jesús, que recorría los pueblos y las aldeas de Galilea? Su “yo” más profundo,
para muchos, constituía un misterio.
¿Quién dice la gente que soy yo? El evangelio de San Mateo nos describe la variedad
de opiniones que corrían entre la gente sobre la persona de Jesús. «Al llegar a
la región de Cesarea de Filipo, -nos dice el evangelista-, Jesús preguntó a sus
discípulos: “Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos contestaron:
“Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los
profetas”» (Mt 16, 13-14). También Herodes Antipas, el rey de la Galilea, donde
Jesús predicaba, también estaba confuso ante la persona de Jesús, sabiendo lo
que las gentes de su reino decían de él. Es el evangelista San Marcos quien nos
informa de esto, al referirnos la muerte de Juan el Bautista: «Como la fama de
Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: “Juan
el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas
actúan en él”. Otros decían: “Es Elías”. Otros: “Es un profeta como los
antiguos”. Herodes, al oírlo, decía: “Es Juan, a quien yo decapité, que ha
resucitado”» (Mc 6, 14-16).
Lo que nos dicen estos testimonios. Los textos que hemos comentado, y otros más que
podríamos haber recogido, nos hablan ciertamente de un personaje histórico,
Jesús de Nazaret, que vivió en Palestina en el siglo primero de nuestra era.
Para unos era un antiguo personaje de la historia del pueblo de Israel que
había revivido, para otros un rabino, más o menos respetuoso con las
tradiciones religiosas del pueblo judío. En cualquier caso, no era sino un mero
hombre. Sus pretensiones mesiánicas no pasaban de ser sino equivocaciones de Jesús
respecto de su misión. Un hombre bueno, sí, pero sólo un hombre, que, en el
mejor de los casos, enseñó una doctrina de amor al prójimo y de servicio a los
demás. Hay que decir que, todavía en nuestros días, no son pocos los que no dan
el salto a la fe en Jesús, el Señor.
El testimonio de los cristianos. El pasaje de San Mateo, capítulo 16, anteriormente
citado, termina con esta pregunta de Jesús a sus discípulos: «”Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías,
el Hijo de Dios vivo”» ( Mt 16, 15-16). Hay aquí ya una confesión de fe: Jesús
es el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios hecho hombre.
El
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica comentará este texto diciendo: «“Cristo”,
en griego, y “Mesías”, en hebreo, significan “ungido”. Jesús es el Cristo
porque ha sido consagrado por Dios, ungido por el Espíritu Santo para la misión
redentora. Él es el Mesías esperado por Israel y enviado al mundo por el Padre.
Jesús ha aceptado el título de Mesías, precisando, sin embargo, su sentido: “bajado
del cielo” (Jn 3, 13),
crucificado y después resucitado, Él es el siervo sufriente “que da su vida en
rescate por muchos” (Mt 20,
28). Del nombre de Cristo nos viene el nombre de cristianos» (nº 82).
Además, los cristianos creemos que «Él es “el Hijo
unigénito de Dios”» (1 Jn 4,
9), la segunda Persona de la Trinidad. Es el centro de la predicación
apostólica: los Apóstoles han visto su gloria, «que recibe del Padre como Hijo
único» (Jn 1, 14) (nº 83). Esta
es nuestra fe, ésta es la fe de la Iglesia.
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